domingo, 26 de julio de 2015


¡Hola mis chicos! Aquí capi 22 y espero sea de su gusto. Para mí, mucha emoción al escribirlo. Lo comparto con el cariño de siempre. ¡Gracias totales!

Capítulo 22
Contactos.

Bianca.

El aroma a tierra mojada llenaba mis pulmones mientras zigzagueaba entre los troncos de las altas coníferas del bosque. La lluvia caía mansa pero ignoraba hasta cuándo.  No podía ver los relámpagos recorrer el cielo por el frondoso follaje pero los truenos se escuchaban cada vez más a menudo y muy cercanos. Por unos instantes mientras me detuve junto a un abeto de raíces retorcidas, pensé en Sebastien… Debía apresurarme antes que mi Dios de Kirkenes se diera cuenta de mi ausencia. No ignoraba que al no verme sumado a la tormenta podría desesperarse recordando la trágica inundación que arrasó con varias vidas, incluso la de  nuestro chofer.

“¿Eres cruel, Bianca?” Me pregunté a mí misma. ¿Acaso no me importaba el sufrimiento de mi marido si por casualidad descubriera la escapada? Sí… ¿Cómo no importarme si Sebastien era lo que más amaba en este mundo? Pero había una lucha contradictoria en mí. Si no salía a cazar de una vez por todas Sebastien viajaría a la isla sin mi compañía. Temía que esa mujer… ¿Ster era su nombre? Daba igual, hembra y basta. No podía dejar al libre albedrío su estadía en la Isla del Oso. ¿No confiaba en él?

Cerré los ojos… El rostro de Sebastien surgió en mi mente con esa sonrisa y esa mirada enamorada que brillaba en él cada vez que me contemplaba. Bianca… No debiste escapar sin decírselo…

Unos sonidos guturales fueron captados por mi fino oído. A pesar de las gotas de lluvia que caían en la alfombra de hojas percibí unos débiles gruñidos, después… Como si alguien arrugara en un puño hojas secas. Mis ojos recorrieron minuciosamente el estrecho sendero a mi derecha. Inmóvil, de pie junto al abeto, contemplé una especie de hueco bajo el cuarto árbol, a unos quince metros de mí.

Sigilosamente fui acercándome ocultándome entre los troncos y avanzando con cuidado…

Antes de aproximarme demasiado me llevé una sorpresa. Una agradable sorpresa.

Dos lobeznos surgieron por un hueco. Ambos se mordisqueaban tironeando sus orejas y gruñían en un juego propio de cachorros. Lucían pelaje negro como cubiertos con una pelusa despeinada. Sus diminutos colmillos afilados de uno y otro se hundían en el cartílago tierno provocando gruñidos graciosos. Avancé con cuidado para contemplar esa escena tan cómica aunque no debía perder tiempo. Seguramente la madre debería estar rondando los alrededores. Otro lobezno de pelaje blanco y gris se asomó por el hueco. Pude distinguir tras de él un cuarto lobito negro que dormía en forma de ovillo. El lobezno gris y blanco emitió un suave gruñido al descubrir mi presencia. Arquee la ceja y sonreí.

¡Qué valentía!

Levanté la mano derecha y el índice se apoyó en mis labios indicándole silencio. Él cachorro torció su cabeza levemente hacia la izquierda y me miró curioso. Sus ojos negros parecían dos botones cocidos a cada lado de su corto hocico.

Volví a repetir la acción y finalmente el lobezno se metió en la madriguera.

Una suave brisa envolvió mi cuerpo y me hizo estremecer. No por el frío, sino por el aroma penetrante a… ¿Humano? Sí… Era el mismo aroma que percibía en Liz y en Marin.

Miré hacia el norte donde provenía el olor. Cerré los ojos, inspiré profundo, y me lancé a la carrera bajo la lluvia.

Cuando el olor se hizo más fuerte hasta llegar a secar mi garganta, me detuve. El iris borgoña recorrió la zona hasta que en un claro del bosque divisé perfectamente un campamento. Tres carpas azules… Una fogata extinguida…

Me acerqué más midiendo distancias. Si me ocultaba en una mata espesa próxima a la primera carpa tendría mejor acceso si algún humano decidía internarse en el bosque. Pero había comenzado a llover torrencial, seguramente no desearían salir de sus refugios, salvo una urgencia. Daba igual, no quedaba otra, el campamento era una buena opción si quería cazar lo más pronto posible.

La cortina de lluvia que caía sin pausa, resbalaba por las nervaduras de las hojas y moría en los extremos que apuntaban al suelo en forma de finos chorros de agua cristalina. Los miles de poros y grietas de la tierra recibían como bocas sedientas el agua del cielo y absorbían los nutrientes alimentando insectos y especies minúsculas para completar quizás más adelante el ciclo perfecto de la vida. Nunca había sido tan observadora siendo humana. Ahora todo me atraía… La naturaleza nos brindaba espectáculos maravillosos y era bueno poder valorarlos.

Hubo algunos ruidos que provenían de una de las carpas. Me agazapé con la vista fija en mi probable objetivo y me preparé para cazar.

-¿Estás segura?

La voz femenina me sobresaltó.

Me incorporé observando alrededor… ¿Quién había hablado?

Al dirigir la vista a mi espalda quedé inmóvil, muda…

Dos bellísimas mujeres me contemplaban con ansiedad, como esperando mi respuesta. No tardé en reconocerlas. La vez que las había tenido frente a mí no había sido hace mucho tiempo. Sí… Durante mi agonía… Ellas eran Halldora y Bera.

-¿Qué hacen aquí? –pregunté angustiada-. ¿Estoy en peligro de muerte otra vez?

Bera me miró con sus ojos azules, descalza, tomó la falda amplia de terracota en los puños y levantó su vestido para avanzar hacia mí. Tenía un moño elegante en lo alto de su cabeza que la hacía más alta y estilizada. Un escote prominente marcaba sus bellas y perfectas curvas. ¡Mira qué era tonto Adrien!

-No querida, no estás en peligro. Los que lo están son los humanos del campamento.

Sonreí mientras la otra vampiresa de cabello suelto y renegrido como la noche se aproximaba como si flotara entre los árboles.

-De eso se trata –contesté-, por si no lo saben he llegado hasta aquí para cazar por primera vez, sola. Sé que lo haré bien. Debo hacerlo bien. Por mí, y por Sebastien.
-¡OH! Mi querido, que angustiado está. Lo siento en cada fibra de mi ser –pronunció Bera tristemente.
-Yo, lo siento. ¿Ustedes podrían comprender mi posición? No quiero lastimar a Sebastien, sin embargo no permitiría que fuera solo. Hay una hembra que lo ronda…
-¡Eso sí no puedes permitirlo! –exclamó-. Pero mi deber es brindar sosiego a mi hijo. Por eso partiré ya mismo. Tú… Tú tendrás como guía a mi querida Halldora. Nunca encontrarás mejor maestra.
-¿Te irás? –pregunté angustiada.

Ver la madre de Sebastien me producía una serie de sentimientos diferentes. Ternura y agradecimiento por haberle dado la vida a mi Dios de Kirkenes, a pesar de que su vida corría peligro. Tristeza y dolor porque Sebastien no la había conocido ni disfrutado. Impotencia, por no tener el poder, cambiar el destino, y revivirla esa noche que lo parió.

-Debo irme.
-Me angustia que partas –murmuré.
-Lo sé, pero estamos aquí para ayudar, y hay alguien más angustiado que tú.

Cerré los ojos… Sebastien… Habría descubierto la escapada y estaría preocupado por mí.

Desapareció en el aire y me quedé con una soledad infinita, a pesar de tener como compañía a ella, a esa bella y poderosa hechicera.

Halldora sonrió. Aunque su rostro no era de rasgos dulces como la madre de Sebastien. Creo que un gran dolor y pesar llevaba a su espalda. Su iris azabache contenía la espesura de las noches sin luna, de las profundidades del mar, y la fuerza de una mirada hechicera.

-Gracias, creo que será fácil si aguardo paciente que alguien se aleje del grupo.
Halldora se acercó hasta quedar frente a frente.
-Son niños –murmuró.

Mi corazón dio un brinco y mis ojos se abrieron por el espanto.

-¡Niños! No quiero asesinar niños.
-Eso supuse –murmuró-. Ven, sígueme.

Bera ya no estaba. Había desaparecido como por arte de magia. Halldora tomó hacia el noroeste, hacia la playa que bañaba el mar de Barents, la seguí alejándome de ese campamento de niños los cuales hubieran sido inevitables víctimas de mi sed salvaje.

A toda velocidad nos dirigimos hacia el oeste, donde posiblemente se abrían los diferentes caminos hacia la playa. Su vestido ceñido a su cuerpo hasta la cintura, terminaba en olas de tul renegridas flotando contra el viento. El cabello ondulado y brilloso del color del ébano, danzaba al compás de nuestra carrera. No lucía el cabello blanco por la falta de melanina, quizás al morir se despojaban de la vida vampírica.

Al llegar a un sendero pedregoso donde parte de la arena de playa se habría depositado a causa de los fuertes vientos, ella se detuvo. El aroma a humano volvió a inundar mi sentido del olfato. Aroma a humano combinado con otro olor desagradable… A lobo…

Halldora se recostó de perfil en una corteza rugosa y blanquecina y su mano delgada y femenina se apoyó como si tan sólo la acariciara.

-¿Lo ves? –preguntó.

Me posicioné junto a ella…

Un hombre vestido con un largo abrigo impermeable y botas de lluvia caminaba arrastrando con una soga una especie de bolsa gruesa, similar a la arpillera rústica. La misma estaba manchada con abundante sangre.

-Es un cazador –murmuré.
-Así es.
-Es un cazador furtivo. No está permitida la caza –reproché-. La víctima es un lobo.
-Una loba –corrigió Halldora-. La loba de los cachorros que viste.

La miré fijo y su iris renegrido oscureció más.

-No puedo ayudarte a asesinarlo, pero con gusto lo haría –contestó casi en un susurro.

Su rostro reflejó la decepción de no poder llevar a cabo el hecho. Le hubiera gustado. Yo diría que lo hubiera disfrutado mucho.

Caminó deslizándose suavemente para observarlo desde otra perspectiva, detrás de una gruesa conífera retorcida. Su mano delgada y blanca como espuma se apoyó en la corteza, y su mirada se perdió en algún sitio del bosque… Más allá de la vegetación y la lluvia… Donde la tristeza que debía sentir se esfumaba entre los distintos tonos de verdes y los plomizos.

Continuó con un hilo de voz…

-Ahora, esos cachorros se sentirán perdidos, desorientados, porque son indefensos… Ignoran que podrían ser muy fuertes. Sufrirán hambre y desamor, no tendrán a quién recurrir.

Los ojos de la hermosa hechicera se llenaron de lágrimas. Supe que la pérdida de la madre de los lobeznos había traído a la memoria el recuerdo de su propio hijo. Sólo por el mundo, desorientado, sin ella, no teniendo a quien recurrir ni amar.

Seguramente Halldora había muerto pensando en él…

Ella desvió la mirada hacia un punto lejano del horizonte. Allí, no muy lejos, la playa y el monte dividía Noruega y Rusia.

-Se han quedado sin su madre –continuó-. Son tan indefensos. Se sentirán desorientados. Después sufrirán hambre, tendrán furia por no entender lo que ocurre… Pero su madre no volverá. La llamarán en vano durante días y noches hasta que cansados se den finalmente por vencidos. Entonces… antes de fallecer sentirán la verdadera soledad.

Me miró con sus ojos brillosos por la emoción para luego susurrar.

-Ellos contarán con la compañía de sus hermanos, sin embargo nada será igual. Nadie los querrá como esa loba, nadie los defenderá como su madre. Ya nunca conformarán una familia.
-¿Deseas saber qué es de la vida de tu hijo? –pregunté en un murmullo.

Se sobresaltó.

-No, no puedo preguntar nada ni pedirte información. Esa es la regla para poder bajar a tu mundo.

La contemplé con honda pena.

-Dime, ¿quién te asesinó? –pregunté, olvidando completamente mi suculento almuerzo.

Giró su rostro, temerosa.

Sus ojos renegridos se hundieron en mi iris como esforzándose por no pronunciar el maldito nombre.

-No, no puedo contestarte esa pregunta. Es tu deber llegar al fondo de ello. Tú tienes el don para llegar a la verdad. Como tampoco puedo preguntarte nada que desee saber. Son las reglas para bajar a tu mundo. Además tengo poco tiempo… Debo irme en cuanto sepa que lo has logrado. ¡Ve! No pierdas tiempo.
-¿Por qué yo podría saberlo?
-Porque tienes un don que aún no has descubierto. La muerte te ha rozado los cabellos en tu agonía. El contacto que te une a ella es fuerte e inquebrantable.La has vencido, pocos lo logran, y ella te ha dejado ir. Lo sabes… Pero le debes un favor.
-¿Qué favor?
-No puedo decírtelo. Nada puedo informarte si mi respuesta puede cambiar tu destino. Sólo puedo guiarte, son tuyas las decisiones. Cada uno es artífice de su futuro. Así debe ser.

Volví la vista al cazador que se perdía por el camino sinuoso.

Antes de lanzarme tras mi presa le pedí…

-Voy por él. No te vayas sin despedirte.


Sebastien.

Bajé la escalera como alma que lleva el diablo. Detrás de mí Charles y Douglas.

-Sebastien, tranquilízate.
-¡Por favor, papá! -exclamó Douglas.
-¡Qué demonios tengo que hacer con ella, Charles!
-Tranquilo.
-Me voy. Voy a buscarla.
-¿Dónde irás? Deja que te ayudemos.
-¡No! ¡Todo el mundo quédese aquí! No se muevan. ¿Han entendido?
-Papá… Sabes que no puedo ayudarte a localizarla si ella no desea conectarse conmigo.
-Lo sé, Douglas. Y créeme, ella no querrá.

Enloquecido. Enloquecido era la exacta palabra para definir mi estado de ánimo corriendo por los montes cercanos. ¿Por qué Bianca sería tan alocada e irresponsable? Creí que había entendido que no era un capricho mío sino que podía correr peligro su vida y el secreto de los Craig. ¡Mierda! ¡Qué cabeza dura! Otra vez… Otra vez me tenía en vilo sin saber dónde cuernos estaba, si se encontraba bien, si habría cazado a la luz de todos.

¿Estaba tras de Numa y Douglas, dos jóvenes normalmente insensatos, o estaba tras mi hembra de treinta y pico de años con mente de adulta? Sinceramente dudaba mientras no dejaba de mirar mis alrededores en busca de una pista.

Me detuve en la copa de un árbol mientras la lluvia empapaba mi rostro y el abrigo impermeable. Diablos… Bianca habría salido sin abrigo todo por escapar de mí. Todo por los celos de esa mujer que quien carajo me importaba. ¡Celosa del demonio! ¿Y ahora? ¿Hacia dónde me dirigía? Estaba cerca de la reserva de Bernardo pero imposible que se hubiera acercado a visitarlo… Bueno quizás sí… A lo mejor estaba furiosa conmigo y quien mejor que su amigo para desahogarse… No, Bianca deseaba viajar conmigo a la isla, estaba seguro que habría querido cazar por sí sola.

Respiré profundo para tomarme unos segundos y pensar. Hacia donde convenía buscarla… No había ruidos sospechosos alrededor...

Sin embargo, el sonido de la lluvia que caía incesante fue interrumpido por una melodía lejana…

Una voz de mujer… cantaba una canción de cuna.

Observé mi alrededor… Nadie… Además, ¿quién podría cantar una canción de cuna bajo la lluvia por el monte? ¿Bianca habría conseguido volverme loco?

La voz suave y afinada fue acercándose. Por un momento creí que la mujer cantaba a mi espalda cerca de mi oído y que cada vez que giraba para verla desaparecía…

¿Dónde había escuchado esa canción de cuna? ¿Y esa voz? Esa voz la conocía, me sonaba tan familiar…

De pronto, recordé… Era la voz de mi madre… Sí… No había podido conocerla en cuanto nací. Pero mi padre me había contado de pequeño cuando una vez tararee esa canción con tan sólo seis años. Él me dijo con lágrimas en los ojos que ella me cantaba cuando estaba creciendo en su vientre. La tenía grabada en mis oídos… Nunca la había olvidado.

-Mamá…

La canción cesó. El vacío me rodeó…

-Mamá… ¿Estás aquí?
-Sebastien…

Su voz…

Mi cuerpo se erizó por completo y vibró en cada fibra del ser.

-Mamá –ahogué la emoción-, quiero verte, por favor.
-Sebastien, eso no podrá ser. No todo el mundo puede gozar ese don, querido. Pero escúchame.
-Mamá, por favor. Necesito verte –exclamé desesperado-. ¡No sabes lo que significa no haberte contemplado nunca!
-Sebastien, tengo poco tiempo. Escucha mi cielo.

Quedé mudo. Era tanta la emoción de lo que estaba viviendo.

-Sé porque estás aquí, Sebastien. Busca por el noroeste. Hacia el mar de Barents…
-Mamá, necesito verte… Por favor… No me dejes así… No te vayas… Tengo tantas preguntas.

Percibí la humedad en mis ojos.

-Querido mío, no puedo darte respuestas si éstas pueden cambiar el destino. El destino debemos recorrerlo y forjarlo todos. Sólo puedo guiarte. En cuanto a Bianca, nada modifico. Ella regresaría por si sola a la mansión sana y salva. Sólo no quiero que te angusties. Ve a su encuentro.
-Ay… Ay mamá… Bianca…
-Ve querido. En la zona de los campamentos. Un kilómetro al oeste.
-Mamá…
-Hasta pronto, hijo mío.

No respondí. Era muy difícil poder articular palabra mientras trataba de procesar lo ocurrido.

El relámpago iluminó el cielo y tras él se escuchó el sexto trueno.

Gemí por el gran dolor que atravesaba mi pecho. Tan cerca la había sentido… Tan cerca y ahora estaba tan lejos…

Respiré profundo y con la manga de mi abrigo limpié mis primeras lágrimas que se confundía con el agua de lluvia. Debía apresurarme y volver con Bianca a la mansión antes que ella. Mi madre había dicho noroeste, zona de campamentos.


Bianca.

Matar al cazador fue un verdadero placer, pero fue más la satisfacción del sabor de la sangre escurriéndose por la garganta. Era algo inexplicable aunque había asesinado en el pasado aquel pobre empleado de limpieza. Ahora era otra mi situación… No estaba viviendo una incertidumbre en medio de esa cruenta inundación. Este presente se mostraba lleno de promesas de una vida feliz junto al macho que amaba. Sebastien… Siempre en mi cabeza…

Por eso cuando terminé de saciarme y contemplar el cuadro a mis pies, creí que ver la imagen de mi marido era parte de mi imaginación, pero no. Allí estaba, a unos treinta metros de mí.

Mis dedos fueron a mis labios y con disimulo limpié restos de la sangre. Él sólo me contempló un buen rato mientras yo no sabía qué hacer con mis manos, con mi cuerpo. Sebastien cerró los ojos y noté su cansancio. Me sentí una perra después de todo.

Cuando transcurrieron esos instantes eternos los cuales sólo nos miramos a los ojos, caí en la cuenta de cuánto daño le había hecho con mi escape alocado. Si Bera y Halldora no hubieran aparecido para ayudarme quizás hubiera asesinado algún niño. Todo por querer apresurar las cosas y viajar con Sebastien.

¿Y ahora? ¿Qué me diría? Te felicito Bianca, has elegido una presa perfecta, un cazador despiadado. O me diría furioso, “¡te has salido con la tuya! ¿Te has sentido poderosa preocupándome?

Y no… La verdad que no era la sensación de poderío que albergaba en el alma. Sentía tristeza de contemplar su rostro demacrado y su cuerpo agitado por quien sabe cuánto tiempo que había estado buscándome.

De pronto recordé…

Lo miré a los ojos y pregunté.

-¿Has visto a tu madre?

Él me contempló unos segundos más con ese gesto de cansancio. Cerró fuerte los ojos y negó lentamente con la cabeza. Entonces me acerqué… Acorté distancia…

En breve tiempo estaba frente a él. Sebastien mantenía los ojos cerrados pero percibió mi presencia tan próxima a su cuerpo que parecía temblar.

-Perdóname, mi amor –murmuré.

Tenía tantas ganas de abrazarlo y de pedir una y mil veces disculpas aunque después de todo si él hubiera tenido confianza jamás hubiéramos llegado a esto.

Sebastien continuó con los ojos cerrados. ¿No quería verme? No… Él parecía estar sumido en recuerdos tristes. Al fin me habló...

-Sólo escuché su voz.

Supe que se refería a Bera e inmediatamente comprendí que ver a las vampiresas fallecidas sería parte de mi privilegiado don. Don que radicaba en haber rozado a la muerte.

Me acerqué más… mi mano derecha acarició su mejilla helada y empapada por la lluvia anterior.

-Querido… Perdóname por preocuparte. Debía hacerlo.

Su mano se posó en la mía y la mantuvo hasta que abrió los ojos.

-Bianca… Me preocupé tanto. ¿Por qué me haces estas cosas? Pudo haber salido mal.
-Lo sé –dije angustiada.
-Entonces… ¿Por qué, Bianca? No confiaste en mí. En mi fidelidad. Eso me duele más que tu peligroso escape. No estás aquí porque deseabas cumplir con los designios de una verdadera vampiresa, sino porque no querías que fuera solo a la isla.

Bajé la vista.

-Sí, fue por no confiar en ti. Esa es la verdad.

Alcé la vista y lo miré.

-Pero tú tampoco confiaste en mí. No intestaste siquiera acompañarme a cazar por primera vez.

Se mantuvo pensativo. Su iris gris tormentoso me contempló fijamente.

-Tienes razón, no intenté acompañarte. Lo cierto que ignoraba que fuera una necesidad imperiosa la de cazar hoy mismo.

Bajé la vista nuevamente.

-Siento mucho mi falta de confianza en ti. Tengo miedo de perderte. Aunque me mienta a mí misma los hechos pasados con Samanta no han logrado abandonarme.
-¿Qué necesitas que haga para que creas en mí. Para que no pienses que apenas esté solo con una hembra te sería infiel.
-Nada. Tú no puedes hacer nada. Soy yo que debo vencer el miedo. No podría tenerte pegado a mí las veinticuatro horas del día. No sería lo ideal para ninguno de los dos.
-Para mí sí, Bianca. Yo te tendría pegada a mí las veinticuatro horas del día, y me sentiría dichoso. Sin embargo no sería normal.
-¿Qué vamos hacer? –pregunté con temor a que dijera la palabra “separación”.
-Creo que intentar tenernos confianza. Tanto tú como yo.

Sonreí aliviada.

-Lo hice bien después de todo, ¿verdad?

Sonrió con ternura mientras acariciaba mi mejilla. Después echó un vistazo a mi espalda sobre el cazador muerto.

-Sí… Lo has hecho muy bien. Ahora terminaré el trabajo yo.

Me apartó y caminó hacia el cuerpo sin vida.

-Espérame aquí. Tiraré el cuerpo al mar -dijo él.

Miré hacia el bosque y agregué.

-Sólo dame unos segundos y esperaré tu regreso aquí.

Me escurrí entre los árboles a velocidad de la luz para después aguardar en el mismo sitio que la vi por última vez.

-Halldora –susurré.

Ella no tardó en aparecer tras el abeto. Temerosa y con cuidado se dejó ver.

-Lo has hecho bien. Te felicito.

Su voz siempre estaba teñida de angustia, dijera lo que dijera.

-Quiero contarte de tu hijo.

Ella se sobresaltó.

-No puedo preguntarte nada.

La interrumpí.

-Tú no preguntas, quiero contarte.

Avancé unos pasos y frente a ella hablé con voz firme.

-Tu hijo ha perdido a su madre pero nunca correrá la mala suerte de los cachorros –respiré profundo ahogada por la emoción de esa tristeza que tanto contagiaba-. Lenya Craig no está solo. Y si bien nadie es amado como lo hace una madre, sus hermanos lo quieren y lo necesitan. Lenya tiene una familia. No morirá de hambre ni de desamor jamás. Puedes irte tranquila.

Ella sonrió aunque el velo de pena cubrió sus ojos.

Un “gracias” que apenas se escuchó perdiéndose en el follaje para después diluirse en aire como si nunca hubiera aparecido.

Cuando regresé Sebastien estaba aguardándome.

-¿Qué hacías, Bianca?

Lo tomé de la mano para retornar a nuestro hogar, y contesté…

-Pagando una deuda.



5 comentarios:

  1. Vaya un capitulo un poco triste por Sebastian que quería ver a su madre, pero la escucho por dicha y luego esos lobitos se quedaron sin madre no es justo, que Bianca se los lleva a la casa siii que buena idea jeje, muy bueno el capitulo gracias Lou, te mando un gran abrazo!!!

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    1. ¡Hola Lau! Me alegro que te haya gustado. Comienza la acción para los Craig. Movimientos en la mansión super importantes. Un besote grande nena. Gracias totales!!

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  2. Lou,gracias, que mas puedo decirte?,,,sabes que me gusta como escribes,,,,saludos-

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  3. Hola cariño, aquí poniéndome al día, me ha alegrado mucho leerte. Este ha sido un capítulo magnífico, tan emocionante, con tanto corazón. Me dan tanta pena las madres de Sebastien y Lenya y ellos mismos también, claro, porque les harán tanta falta. Me quedo inquieta respecto a ese don de Bianca que aún no descubre. Seguiré leyendo, mil gracias por compartir tu preciosa obra.

    Mil besos.

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  4. Hola Lou... Sigo leyendo ;-)
    Bianca se ha empeñado en cazar sola para poder acompañar a Sebastien a la isla del Oso... tiene celos de Ster
    Muy oportuna la llegada de Halldora y Bera
    Hubiera sido terrible que Bianca asesinara a un niño... no me parece tan terrible que mate a ese cazador que ha dejado a unos cachorros sin madre
    Sebastien lo ha pasado muy mal... estaba desesperado, casi enloquecido, por encontrar a Bianca
    Ha sido muy emotivo el encuentro con su madre... y me ha encantado el encuentro con Bianca
    Entiendo que Sebastien tema que con Ster pudiera volver a pasar lo que sucedió con Samanta
    ¡Y qué pena que Halldora no pueda ver a su hijo Lenya!
    Muy buen capítulo, Lou... Enhorabuena
    Besos

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