viernes, 22 de enero de 2016

¡Hola aquí capi 49! Espero les guste. De la mano de Lenya... una sorpresa...
El capítulo contiene lenguaje adulto.


Capítulo 49
Mi amor.

Sebastien.
Me senté en la cama observando la ropa desperdigada por el suelo de la habitación. ¿Dónde diablos estaba mi camisa negra, esa que adoraba Bianca? ¿Podría pasarme esto a mí? Miré mi Rolex en la muñeca… Bianca haría tres cuartos de hora que estaría en la suite. ¡Mierda! Ya había encontrado el pantalón gris oscuro y me había vestido. El mismo que tenía puesto esa primera vez que la vi. Volví a caminar hacia el ropero insultando en colores. ¡Qué mala suerte! ¿Era idiota? No… Era desordenado.
Respiré hondo tratando de tranquilizarme. Debía apresurarme.
Mis manos pasearon atolondradas por las perchas mientras un trueno hacía temblar la casa. Llovía torrencial y Bianca debería estar preguntándose qué cuernos me pasaba. No… Seguramente estaría furiosa.
Al hacer un lado un par de camisas de color claro colgadas a la izquierda, en el extremo tantee otra camisa más. La negra…. ¡Por fin! Notaba que estaba demasiado apresurado y nervioso y ni siquiera había revisado bien.
A velocidad de la luz terminé de vestirme y cogí la billetera sobre la cama. Después arreglaría este desorden.
De pronto la puerta se abrió de par en par.
Bianca…
Al pasar cerró la puerta y cruzó los brazos enfadada.
-Gracias por dejarme plantada.
Tartamudee como si fuera un adolescente.
-No… No yo, ya salía para el hotel.
-¿No digas?
Caminó lentamente hacia mí con los ojos echando chispas.
-Paso a explicarte. Iba a salir de aquí ya mismo, tomar el coche de Charles, comprarte flores. y regalarte el tiempo que te debo.
-Deja, es inútil, no soy importante para ti.
-No digas eso. Sí lo eres. Yo… Me atrasé sólo un poco.
-¿Un poco? ¿Tienes reloj? Hace casi uno hora que te espero.
-Sí lo sé. Lo que digo es que hubieras esperado muy poco porque sí me retrasé hablando con Douglas pero después quise…
-¿Quisiste qué? –volvió a cruzarse de brazos.
Suspiré y la miré a los ojos.
-Yo quería vestirme como la primera vez que me conociste. Y… No encontraba la camisa negra.
Por primera vez echó un vistazo al caos de la habitación.
-Yo… -continué-. Quería darte esa sorpresa.
Me miró a los ojos fijamente.
La conocía de memoria cada gesto. La furia de sus ojos se fue disipando de a poco para dar paso a la duda. Permaneció callada unos instantes y luego se acercó con la vista clavada en mi pecho.
-Tenías tres botones desprendidos.
Miré mi camisa y comprobé que llevaba sólo dos botones sin prender.
Desprendí uno más sin dejar de mirarla.
-¿Así? –murmuré.
Asintió con la cabeza levemente para después recorrer con la mirada todo mi cuerpo.
-Te amo –susurré-. Perdón por no llegar a la cita a tiempo.
Sin dejar de mirarme hizo una mueca de decepción. ¿Habría olvidado algo de ese atuendo de aquella noche?
-¡Qué tristeza! –exclamó.
Trague saliva.
-¿Cómo no se me ocurrió a mí? –sonrió.
Respiré más calmo y sonreí.
-Quizás porque esa noche quedó grabada en mi memoria. ¿Estoy bien? ¿Me apruebas?
-Sí –murmuró.
-Temí olvidarme de algo de aquella noche. Esa noche que después del nacimiento de mi hijo… fue la mejor de toda mi vida.
Me miró fijo.
-¿Por qué? ¿Por qué me conociste?
Asentí con la cabeza.
-Porque conocí el amor de mi vida. Porque desde esa noche ya no dejé de pensar en ti.
Arqueó una ceja.
-Lo sé -continué-, aunque a veces mi cabeza esté en otras cosas. Tengo mucho que pensar cada día, pero lo cierto que ocupas el primer lugar después de mis hijos. Esa es la verdad. Sé que te he tenido abandonada a veces… Pero en la práctica. Porque aquí, apoyé la mano en mi corazón., aquí nunca has dejado de estar.
Bajó la vista y sonrió.
-Es un galán con un discurso muy hábil, señor Craig.
-Es la pura verdad.
Extendí la mano para que la tomara y ella aceptó. La acerqué a mí lentamente sin dejar de mirarla a los ojos.
-Te amo tanto. Te extrañé… Mucho.
-¿Cuánto?
Mi mano se elevó hacia el rostro y acaricié con el pulgar esa boca apetitosa de labios entreabiertos.
-No imaginarás nunca cuanto.
Sus ojos se clavaron en mi boca.
-Creo que puedo imaginármelo si me has extrañado como yo a ti.
-Mi amor… ¿Me perdonas?
-En realidad, me encantaría estar enojada contigo por un mes, lo menos.
Abrí mis ojos asombrado.
-¿Tanto tiempo, cariño?
-Por supuesto, pero el castigo sería también para mí. No dudo que me ames, pero… a veces debes demostrarlo.
-Perdóname.
Incliné el rostro y besé sus labios. Ella dejó escapar el aire y me tomó de la nuca.
-No creas que un beso tierno va a reparar el tiempo que no hicimos el amor, ¿estás de acuerdo?
Sonreí.
-Estoy de acuerdo.
Nuestras bocas se unieron con desesperación, en esa danza frenética que crean los besos ávidos y voraces. Mis brazos la rodearon dejando al libre albedrío las manos ansiosas de acariciar ese cuerpo sólo mío.
Sin dejar de comernos con la boca caminamos hacia la cama y caímos en ella, besándonos, acariciándonos, luchando por quitarnos la ropa que ahora me parecía tan molesta.
Respiré agitado sobre su cuerpo a medio desvestir.
-Te amo, te amo tanto, mi amor.
Ella me miró con sus ojos borgoña ardiendo.
Las yemas de los dedos resbalaron por mi rostro.
-Sebastien, sentí rabia que no llegaras a la suite, pero después sentí pánico.
-¿Miedo? ¿Por qué mi amor?
Busqué el pezón duro, oscurecido, y lo tomé suavemente entre mis dientes.
-Pensé… Mmmm… Y sí… ya no le intereso como antes.
Se arqueó entre mis brazos mientras yo hurgaba por el cierre abierto de su vestido.
-Nunca pienses eso, Bianca.
-Es qué –besó mis labios-, corrían las horas y los días y teniendo tantos desencuentros. Cuando me llamaste y estaba en plena tarea… creí que lo arreglaríamos. Después te propuse encontrarnos lejos de la mansión y…
Masajee uno de sus pechos de piel cremosa y tersa.
-¿Y no llegué? –murmuré contra su boca.
-Sí, no llegabas y yo por un momento pensé… Si fui yo la que desee que tuviéramos unas horas para nosotros y él no se le ha ocurrido… Quizás lo puse en compromiso.
Sonreí.
-Bianca, tú no puedes dudar de mi amor. Si aun sin conocerte casi, ¿recuerdas el viaje del yate y mi padre presionando para que terminara contigo? Yo… Yo ya estaba muerto de amor. Imagínate ahora.
-¿Qué? –preguntó hundiendo su rostro en mi cuello.
-Desde hace tiempo que te has convertido en el oxígeno que respiro. Te repito, aunque tenga cosas que hacer.
Su respiración contra mi yugular me estremeció.
-Cariño… Dame esa boca que he extrañado tanto –gemí.
Un beso lento y apasionado selló mis últimas palabras, antes que nuestras manos terminaran la dulce tarea de desnudarnos por completo.
-Quiero estar dentro de ti –jadee.
Sus piernas abrazaron mis caderas y friccionó repetidas veces, lentamente.
Ese movimiento contra mi sexo duro y caliente terminó por hacerme perder el control. Con un movimiento me puse de pie con ella encajada en mi cintura. Dejó escapar una risita corta y susurró.
-¿Contra la pared?
-Sí… Me encanta, pero a ti más. Lo sé.
Sonrió y mordió el labio inferior a medida que su espalda se pegaba al empapelado.
-Amo que me lo hagas de pie.
-¿Ves cómo te conozco?
La penetré centímetro a centímetro hasta la base mientras ella se aferraba a mi espalda. Sentí mi falo apretado por su canal. Humedeciéndose cada vez más a medida que comenzaba a entrar y salir de su cuerpo. Lento… Profundo… Hasta el fondo… Para después salir despacio y volver a entrar.
-Ay cariño –mordió mi hombro-. Nunca más hagas que te desee tanto tiempo. Prométemelo.
Jadee excitado.
-Te lo prometo. Estar… Estar sin ti, es mi tortura.
Nuestras bocas hambrientas se buscaron una y otra vez, con desesperación, entre gemidos y jadeos. Mi lengua imitó el movimiento de mi falo entrando y saliendo de ella. Clavó sus uñas en mi piel y ese dolor exquisito me acercó al orgasmo que crecía a pasos agigantados.
-Te amo –lloriqueó en mi oído y aceleré el ritmo.
-Yo también amor… Yo también.
-Dame todo, Sebastien, dame todo de ti. Quiero… Quiero sentir como te… derramas dentro de mí… Oh… siiii. Siii amor sigue….
Mis manos encajaron en sus nalgas y me afirmé para cumplirle el deseo.
-Siente cariño. Soy todo tuyo… Amor…
Dio un largo quejido casi silencioso y su cuerpo tembló entre mis brazos ardientes.  Amaba ver a Bianca correrse por mi culpa pero no entendí que fuera suficiente. Mis envites con vigor aceleraron sin dejar tiempo mediante para que tomara aliento. Quería hacerla estallar de placer una y otra vez y en eso yo sabía cuál era el secreto de los orgasmos encadenados.
Dos de mis dedos resbalaron por su bajo vientre hasta encontrar ese botón duro e hinchado. Sólo bastaron unas pocas caricias para que explotara nuevamente entre gemidos y los colmillos se dejaran ver por sus labios entreabiertos.
-Amor mío… -susurré perdiendo el control.
Cerré los ojos y la corriente placentera y electrizante creció desde mis testículos hasta la nuca. El corazón latió a cien latidos por minuto, o algo así… Mi voz salió en forma de gemido casi doloroso, y me dejé llevar por el goce más maravilloso entre un macho y una hembra.
Abrí los ojos plata para encontrarme con los de ella, borgoña. Amaría esos ojos hasta el último día de mi vida. Creí que Bianca aflojaría los músculos y se abandonaría en mis brazos, saciada, pero no. Arremetió contra mi cuerpo y mi sexo respondió como si fuera la primera vez que entraba y salía dentro de ella.
-OH diablos amor…
-Sí, sí, quiero que bañes cada rincón de mis entrañas otra vez. Mi amor… Te he extrañado tanto.
Las piernas me temblaron cuando el semen disparo fuera de mi cuerpo por segunda vez.
Ella sonrió mordiendo mis labios, lamiendo la punta de mis colmillos filosos.
No sé cuánto tiempo nos llevó reponernos de esos dos orgasmos, pero no fueron los únicos. Me encontré con el sonido de la lluvia con menos intensidad, boca arriba en la cama, con Bianca entre mis piernas saboreando mi sexo con verdadero placer. Amaba contemplar esos labios rojos subiendo y bajando por mi falo, tan lento, tan profundo. Su boca caliente mojaba cada centímetro de mi piel tirante y succionaba fuerte el extremo sonrosado, hasta que le regalaba esas gotas que ella sabía lamer para no desperdiciar.
-Me vuelves loco –susurré entrecortado por el goce.
Ella gimió mientras chupaba haciendo vibrar cada molécula de mi ser.
Entendiendo que poco faltaba para que llegue a un nuevo orgasmo, la aparté con cuidado y la obligué a acomodarse sobre mi cuerpo en un perfecto “69”.
Separé su centro con los pulgares y sin mediar tiempo hundí mi boca provocando que se arqueara y sus piernas se abrieran para mí. Así estábamos gozando, los dos, dándolo todo para que el otro pudiera percibir no sólo el deseo sino todo el amor.
Había pasado tiempo desde que no disfrutábamos sin apuro. En esas horas olvidé mis obligaciones como empresario y como líder de los Craig. Sólo era un amante entregado a los caprichos y deseos de su hembra. Hacer el amor con Bianca no significaba llegar a tener orgasmos sucesivos, sino encontrar el placer en esas caricias y besos, mirarnos a los ojos recorriendo cada centímetro de nuestra piel.
Nuestra cama no sólo guardaba gemidos de éxtasis y de lujuria cotidiana, también había sido testigo de reconciliaciones, como esta.
No sabía a quién tenía que dar gracias porque mi dama de los Craig se había cruzado en mi camino. Dicen que hay un destino marcado por las energías, o quizás una mano superior que dirige todo. Lo que sí estaba seguro que la vida maravillosa a pesar de todos los contratiempos, no podría ser mera casualidad.
Con Bianca entre dormida en mis brazos, con el corazón poco a poco volviendo al ritmo normal, pensé que la felicidad no estaría jamás lejos de ella.

Lenya.

El laboratorio de Natasha quedaba a unas manzanas de la plaza principal de Kaliningrado. Esta particular ciudad fue fundada en el año 1255 por un rey, el rey Otakar II. Su territorio guardaba mucha historia de conflictos armados y había quedado desbastada en varias épocas. Sin ir más lejos en la segunda guerra mundial los alemanes habían sufrido una cruenta derrota bajo el ejército rojo. Recordaba como mi madre repetía que nada había más destructor que el humano. En Kaliningrado después de la guerra no quedó nada en pie, sólo ruinas. Pero aun así es una ciudad codiciada por su estratégica ubicación y sus puertos sin hielo. Sin embargo lo más significativo era el desarrollo de Universidades e institutos de investigación, no en vano Natasha había elegido esta apartada región del resto de Rusia.
Crucé la calle y caminé por la explanada que daba al río Pregolya. El chofer que trabajaba para la diosa de los Gólubev dijo que llovería tal vez en una hora y que esperaría en la puerta del laboratorio por si acaso. Yo deseaba caminar por los alrededores ya que no habíamos tenido mucho tiempo de recreación desde que habíamos llegado. Natasha era una científica muy requerida.
El cielo plomizo me recordó un poco a Kirkenes y sus días nublados, porque mi pedacito especial de Laponia estaba en  mi corazón a pesar de haber nacido ruso. En Kirkenes estaban las amadas cumbres, hogar de mi padre. En Kirkenes me había enfrentado a mi hermano y habíamos construido férreos lazos indestructibles. Me había reconciliado con la vida de la mano de Rodion. Había logrado que Douglas me quisiera y me aceptara, y… sí… En Kirkenes la conocí a ella… A mi único amor. Aún en mi retina tenía grabado aquel día que la vi por primera vez. Ella bajaba la escalera con el cabello recogido y un vestido azul. Recuerdo que me miró por unos segundos y mantuve la mirada. Después me presenté en el comedor y ella sonrió titubeante. Supe que la alteraba mi presencia, eso me gustó. No era algo difícil de producir en las hembras y estaba acostumbrado, pero algo en el aire parecía distinto… Ahora me interesaba.
Si alguien me hubiera preguntado hace tiempo si creía en el amor a primera vista hubiera dicho que no. Es que ni siquiera creía en el amor. Ahora… Ahora ya no importaba en que creía. Daba igual.
Luciendo un traje claro e incómodo, encendí un cigarro y caminé hasta llegar a la barandilla de protección. Las aguas turbias producto de la cercanía del puerto y sus desperdicios, lucían quietas. Como si fueran un retaso de óleo y no un paisaje contemplado personalmente. Quizás con la llegada de algún barco comenzarían con un suave vaivén hasta convertiste en aguas ajetreadas y revueltas.
Apoyé mis antebrazos en la baranda y exhalé el humo del tabaco. Observé a mi izquierda, allá a lo lejos, la cúpula de la catedral de Königsberg con su estilo gótico reconstruido en 1990, se alzaba como un soldado poderoso que había triunfado después de todo a pesar de las batallas y bombardeos.
Poderoso… Poderoso como Liz. Ella llevaba en su sangre el don de la fortaleza. ¿Quién sería capaz de soportar sola tantas vicisitudes? Junto a su entrañable amigo moribundo, en soledad, sin mucho dinero… Y yo aquí sin poder ayudarla ni consolarla. Intenté enviarle dinero pero Marin dijo que no era buena idea y que seguramente recibiría ayuda, que no me preocupara. ¿Cómo no preocuparme? Imposible. Aunque en este momento me sentía atado de pies y manos. No podía jugar con Natasha. Después que Liz me echó y en ese arrebato de celos y rabia decidí comenzar una vida sin ella, ya no podía volver atrás. No era un adolescente aunque me hubiera gustado serlo. A cierta edad uno parece tener esos “permisos” para ser inmaduro e irracional.
Una noche hablaba con mi hermano sobre mi situación sentimental. Él apoyaba el hecho que yo luchara por el amor verdadero, sin embargo le expliqué con detalles la reacción de Liz la última vez y sólo arqueó la ceja. Quizás quien la conocía mejor era Bianca, o su hermana… Pero no iría persona tras persona preguntando, “¿tú crees que me ha dicho esas cosas de rabia y me ama? ¿O ya no quiere saber más de mí?”
El sonido estridente de un buque entrando al canal, acercándose a la escollera, provocó que recordara a mi madre paseando por el puerto de Murmansk. Yo iba de su mano, ella en silencio… Silencio que solía romper cada vez que tenía que responder a mis decenas de preguntas. ¿Por qué el mar se mueve? ¿Por qué no se hunden los barcos? ¿Por qué somos  pobres?
Sonreí recordando, mientras mi vista recorría el buque de gran calado que se acercaba al puerto de Kaliningrado formando miles de ondas expandiéndose en las aguas oscuras.
Mi madre tenía tanta paciencia para enseñarme. Sólo una vez… Una vez que no pudo contestarme sabiamente como siempre lo hacía. Esa tarde, en la playa, perdió los estribos ante mi berrinche de once años. Después entendí que había sido doloroso para ella enfrentar una respuesta inteligente. Yo gritaba malhumorado y zapateaba en la arena en medio de un ataque de rabia de ver a un chico jugar con su padre a la pelota… “¡Quiero tener a mi padre como los otros niños! ¡Quiero que venga!” Mi madre me miró enojada, se inclinó para verme a la cara y me tomó de los hombros para sacudirme. “¡Basta, tú padre jamás volverá!”
Aún puedo sentir la sensación dentro de mí al escuchar esas crudas palabras. Mi cuerpo quedó inmóvil y mi respiración se detuvo unos segundos. Entreabrí los labios pero no salió palabra alguna. Los ojos se llenaron de lágrimas y la rabia se disipó dando paso a una gran angustia. Mi madre sin quererlo y harta de mi caprichoso comportamiento me había hecho daño. Quizás decirme la verdad que mi padre no volvería era cuestión de tiempo. Si no hubiera sido esa tarde hubiera sido otra porque la verdad tarde o temprano era necesaria. Lo cierto que mi dolor se hundió en mis entrañas arraigándose como hiedra, y supe ese día… que el corazón de un niño con tristeza puede sangrar sin herida. Porque eso sentí.
Cerré los ojos frente al río. No podía culpar a mi madre por sus errores. Sola, había hecho lo que podía, y criarme no había sido nada fácil.
El humo coronó mi cabeza y se diluyó rápidamente gracias a la brisa del río.
Si te hubiera conocido papá… Si me hubiera animado a llegar hasta las cumbres y enfrentarte cara a cara. Llegar a las cumbres había llegado, sí… sin embargo varias veces te observaba de lejos. Aquella vez… ¡Cómo me había dolido esa frase a Sebastien! Él seguramente se despedía de ti como tantas veces antes de partir a la mansión… Tú le dijiste… ” ¡Estoy tan orgulloso de ti hijo mío!” Me dolió, sí… Quizás porque sabía que tú nunca me dirías algo así. Pero yo también era tu hijo, papá. Te quedaste con la decisión de mi madre sin intentar siquiera acercarte para conocerme. ¿Qué había ocurrido, papá? ¿Tanto llegaste amar a mi madre que no quisiste contradecirla o hacerla sufrir? Yo pagué ese error, papá. El error de ustedes.
¿Qué me dirías ahora si yo pudiera contarte mi amor por Liz? ¿Me aconsejarías que no la escuchara y continuara mi lucha sin alejarme de ella? Al final… ¿No estaba cometiendo el mismo error aunque no había hijo de por medio? ¿No estaba abandonando la batalla dándome por vencido como tú lo hiciste? No… Porque había una poderosa razón y diferencia… No estaba seguro del amor de Liz.
Respiré hondo y tiré la colilla de cigarrillo. Comencé a caminar por la costanera. Una brisa fresca con olor a lluvia penetró mi olfato y decidí regresar al coche, un Mercedes gris, donde el chofer elegantemente uniformado esperaría por mí.
Crucé la calle abandonando la frondosa arboleda al costado del río. Natasha tendría para un par de horas más dentro del laboratorio. Esta mañana me sorprendió sobremanera. Desde allí había llamado a Liz. Cuando le pregunté de qué se trataba me contó a duras penas que “mi rubita” le había pedido un favor. No iba aquedarme con la duda e insistí, hasta que finalmente me enteré que alguien la había estafado. Habían jugado con la esperanza y con la desesperación. Sentí hervir la sangre… Tarde o temprano iría por ese desgraciado. ¿Cuándo? Si yo no pisaría Drobak.
-¡Señor Antonov!
Miré hacia mi izquierda. ¿Quién me llamaba por el apellido falso?
Era el chofer. Cierto… Natasha me había presentado como Mijaíl Antonov, tal como estaba en el pasaporte. ¿Es que nada se le escapaba a la diosa de los Gólubev?
Caminé hacia el humano de tez blanca y ojos azules. Su cabello rojizo indicaba que tendría descendencia normanda. Él sonrió y alzó la mano.
-¡Por aquí señor Antonov! Tuve que estacionar en otro lugar. Acompáñeme.
-No hay problema –dije mientras llegaba hasta él.
Caminamos por la acera de baldosas grandes y grises. Antes de subir al coche, las primeras gotas de lluvia comenzaban a mojar la calzada.
Apenas se acomodó tras el volante del lujoso coche y yo me relajé en el asiento trasero, hizo la pregunta formal.
-¿Lo llevo a su casa, señor Antonov?
Mi casa… ¿Se convertiría en mi casa después de un tiempo? ¿Olvidaría por fin a Liz y Natasha conquistaría mi corazón? Creo que cualquier humano o vampiro me hubiera dado una paliza por no poner ganas en formar una familia con tamaña hembra.
-Quisiera dar un recorrido por la ciudad, si no es molestia.
-Estoy para servirlo, señor Antonov.
-Ehm… Llámame Lenya.
Me miró por el espejo retrovisor.
-Es mi apodo.
-Oh, por supuesto, señor.
-Dime, ¿tú cómo te llamas?
-Mi nombre es Mark, Mark Rosenbauer. Mis antepasados son alemanes.
-¿Rosenbauer? Nunca lo había escuchado.
-Significa valle de rosas –rio-. Le quedaba mejor a mi hermana.
Reí.
-¿Dónde le gustaría ir?
Encogí los hombros.
-No muy lejos. Quiero estar en el apartamento cuando regrese mi… Natasha.
Hasta decir “mi mujer” me costaba.
-Muy bien, Lenya. Iremos por la parte vieja. La reconstruyeron en 1990, quedó bonita.
-Okay… ¿Cuánto hace que trabajas para Natasha?
Rodó los ojos mientras tomaba una calle hacía la derecha.
-Uf, perdí la cuenta. Creo que seis años, quizás un poco más. La agencia de empleo me envió a la entrevista y le aseguro que pensaba que era de estos ricos que me tendrían de un lado a otro sin decir “buen día” siquiera. Fue una suerte dar con Natasha, perdón con la señorita.
Sonreí mientras mi vista se perdía en las vidrieras de los negocios que ya comenzaban a bajar sus persianas.
-No tengo problema que la llames por su nombre, mientras ella esté conforme.
-Sí señor. Ella es muy amable y cordial. Usted no se imagina, me ha ayudado mucho a progresar.
-¡Qué bien! No me trates de “usted”. ¿Cuéntame, tienes familia? ¿Esposa e hijos?
-No. Soy soltero.
-Aprovecha –sonreí.
Él rio.
Por supuesto si se hubiera tratado de Liz no hubiera consentido que un chofer soltero, joven, y bien parecido, anduviera paseándola por Kaliningrado… Pero no se trataba de Liz.
-Ella logró que terminara mis estudios –continuó-. Aumentó mi sueldo y pude compensar las horas en dinero. Ayudo a mis padres, ellos son de avanzada edad. Me han tenido cuando ya parecía que mi madre no quedaría embarazada. ¡Qué torpe! Te estoy cansando con mis historias.
-No, en absoluto.
El chofer tomó una calle más ancha y recorrió en círculo alrededor de una bella plaza.
-Lindo lugar –murmuré.
-Sí. Lo único que lo afea es ese edificio gris. Es tétrico.
Observé hacia donde señalaba con la cabeza y pude ver una construcción vieja y deteriorada.
-¿Qué es?
-Un psiquiátrico. Mi tía estuvo internada allí. Después se recuperó y por un año tuvo que completar su tratamiento con visitas ambulatorias.
-Ah… Sí, parece tétrico ahora que lo mencionas. Ese edificio, la lluvia que cae y deprime, además casi sin gente en las calles.
-Así es.
En la acera de nuestra mano un carro de café era arrastrado por un hombre mayor.
-¿Quieres un café? Yo invito.
Sonrió.
-Me encantaría, si no es molestia.
-Claro que no. Detén el coche.
-Se mojará, perdón. Te mojarás. Está lloviendo.
-Es una lluvia tenue, no te preocupes. Estoy acostumbrado a caminar bajo tormentas.
Bajé del coche y me apresuré a comprar dos cafés. El viejo de barba blanca se apresuró a servirlos y preguntó.
-¿Azúcar señor?
-Permítame dos sobrecitos para llevar.
-Perfecto señor.
Mientras el vendedor volcaba el líquido oscuro en el segundo vaso descartable, bajo el gran paragua anexado al carro, di un vistazo alrededor. Sólo una pareja se besaba en una esquina bajo la lluvia, sin nada más que importara que estar allí, juntos.
Mierda…
Liz seguramente estaría en brazos de Drank. Aunque él tuviera los días contados estaba disfrutando de su cuerpo, de su sonrisa. Los gemidos de él gozando en sus brazos aquella noche golpearon mi cerebro y mi corazón. Una mezcla de sensaciones me invadió. Lo quería muerto, sí. Así era yo. ¿Acaso no era el peor del mundo como Liz había dicho en mi cara?
Suerte la de ese estúpido, aun con los días contados… Diablos, ya no sabía si razonaba bien.
¿Cambiaría mi vida sana por estar al lado de ella? Posiblemente no. A pesar de todo tenía mi familia, mi hermano, la revancha que me había cobrado de la vida, y… regalar un bien tan preciado no hubiera estado bien. Pero… Vivir sin ella era morir un poco cada día.
-Aquí tiene.
-Gracias. ¿Cuánto le debo? Cincuenta rublos cada café.
Gracias.
Cogí los cafés después de pagar y caminé bajo la fina lluvia hacia el Mercedes. Una pareja salió de la puerta ancha del psiquiátrico. Una enfermera los saludó cortésmente y la señora tomó del brazo con cariño al hombre y…
Me detuve antes de entrar al coche. Ese rostro… Me parecía conocido, pero… imposible… Rodee el coche y entregué por la ventanilla el café al chofer sin dejar de mirar a esa pareja.
El rostro… ¿Estaba volviéndome loco o en verdad esa mujer tenía un parecido a Liz?
Sí… Era muy parecida…
-Aguarda un instante –dije a Mark-, ten mi café.
Sin perder tiempo aprovechando el semáforo en verde cruce la calle y avancé hacia la pareja. Ella paraba un taxi y se acercaba con la intención de tomarlo, pero fui más rápido que ellos y la intercepté antes que subieran al coche de alquiler.
-Buenas tardes.
Ella me miró mientras ayudaba al hombre a subir. Era extraño que no fuera al revés, pero supuse que el caballero debía estar enfermo. Cuando me miró a los ojos un deja vu paseó por mi mente. Sin embargo no se parecía tanto a los ojos de Liz, sino a Marin.
-Disculpe, vi el taxi primero –respondió.
-No deseo tomar el taxi. Quiero hacerle una pregunta.
Ella achinó los ojos para estudiar mi rostro.
-Perdón, no lo conozco. Si es por una calle yo no soy del barrio.
-No… No, no me conoce pero quizás yo a usted sí. Dígame, ¿conoce a Liz y a Marin?
Su rostro se descompuso… Y sonreí.
-Sí… es usted, ¿verdad?
-¿Quién es usted?
-¿Él es el padre de Bianca McCarthy? –dije señalando el interior del coche.
-¡Por favor! ¿Quién lo envía?
-¿Enviarme? No, nadie. Digamos que el mundo es muy chico.
-Tenga el bien de dejarme ir. Estoy apresurada y llueve, ¿o no lo ve? Estoy empapada.
-Usted no tiene vergüenza.
Me miró espantada, como si estuviera viendo un fantasma.
-¿De dónde las conoce? –tartamudeó.
-¿Acaso importa? Aquí lo único importante es que usted abandonó a sus hijas por un macho.
-¡Usted no sabe nada de mí! –gritó.
Intentó entrar y cerrar la puerta pero detuve la puerta con una mano.
-No quiero saber nada de usted, con lo que sé es suficiente. Sólo le advierto una cosa. Es una suerte que sus hijas ni la recuerden, porque de lo contrario… Una lágrima de Liz vertida por su culpa… Y la buscaré hasta el último rincón de la tierra para hacerle la vida imposible. Se lo juro. Ahora sé que está en esta ciudad.
Ella titubeó apenas solté la puerta.
-Espere… -murmuró mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
-¿Qué quiere?
-Ellas… ¿están bien?
Giré para darle la espalda ya que la pregunta me parecía hasta chistosa después que nunca se había preocupado por ninguna de sus hijas.
-Por favor… Usted no sabe por lo que pasé –insistió.
Yo quizás había cambiado en muchos aspectos. El amor me había hecho comprender muchas cosas y tolerar otras, sin embargo dentro de mí la esencia salvaje y vengativa anidaba en mi naturaleza. Y se lo dije… Por el dolor que había pasado Liz, por la angustia, por luchar sola contra todo a pesar de tener a su hermana menor…
-Una de sus hijas murió.
Noté el color blanco ganar su rostro y parpadeó como si no quisiera haber escuchado mis palabras.
-¿Quiere saber cómo?
Ella tapó su boca sollozando.
-La asesinó un lobo, o varios. Justo cuando tuvieron que buscar leña en el bosque por el frío.
Giré hacia el Mercedes y abandoné el lugar con paso apresurado. ¿Había sido cruel? Sí, seguramente. Pero nadie podía echarme culpas de sentir rabia frente a la mujer que le había dado la vida a Liz. La misma que la abandonó a su suerte.
Entré al coche y Mark levantó el café en su mano.
-Creo que está frío.
-Lo beberé igual.
-¿Te llevo a tu casa?
-Sí por favor.
Mark puso en marcha el coche y arrancó.
De pronto una mujer se interpuso obligándolo a frenar.
-¡Locaa! ¡Casi la mato!
Era ella… La madre de Liz y Marin.
Se acercó corriendo hasta tocar el cristal de mi ventanilla.
Bajé el vidrio polarizado.
-¡Por favor! ¡No se vaya sin decirme dónde puedo encontrarlo!
.-En el infierno –respondí.
-¡Por favor! –repitió llorando.
Mark me miró por el espejo retrovisor.
-¿Nos vamos?
-¡Por favor, por favor! Tenga piedad.
-¿Piedad? Esa palabra usted no la conoce.
-Escuche. Yo amo a mis hijas y oh Dios… ¡No puedo creer que haya pasado algo malo! No juegue conmigo.
La miré fijo. Sí… mi mirada podía manifestar el odio y el asco que me daba una mujer de su clase.
Bajó la vista.
-Por favor, deme la oportunidad de explicarme.
-No tengo tiempo –contesté.
-Dígame dónde encontrarlo, por favor.
Mierda… ¿Qué era lo correcto? ¿Desaparecer para nunca más verla? ¿O darle una oportunidad de acercarse a las chicas? Después de todo si no querían verla era una decisión de Marin y Liz. ¿Y si ellas a pesar de todo deseaban encontrarla?
-¿Tiene para anotar? –refunfuñé.
-No…
-Perdón, tengo una tarjeta de Natasha con el domicilio. ¿Te sirve? –preguntó el chofer.
-Sí…
Extendí la tarjeta y la cogió con la mano empapada de lluvia.
-Gracias.
-Ni me lo recuerde –murmuré. Después ordené a Mark que arrancara cuanto antes.
Durante el viaje ninguno de los dos habló. Quizás el chofer de Natasha se preguntaría quien era yo y por qué ese acontecimiento extraño. Yo… volví a pensar en Liz, en su fortaleza, y en el amor que tenía guardado para ella y que nunca podría demostrárselo.

12 comentarios:

  1. A pesar que las cosas entre Lenya y Liz no están bien, él se preocupa por ella, porque por algo le reclamo a la madre de ella, se enojo bastante, como me hace falta leer sobre esta parejita!, uufff Sebastian y Bianca son bien calenturientos jaja, gracias Lou por otro capitulo muy bueno!

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    1. ¡Hola Laura!Es cierto, Lenya no deja de pensar en Liz y creo que ella también piensa en él. Me alegro que te haya gustado la escena de Sebastien y Bianca, ambos se aman a pesar de los conflictos y contratiempos de la rutina.
      Un beso grande mi sol y gracias por comentar.

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  2. Muy bueno el capi Lou. Como siempre me dejas con ganas de más. Espero ansiosa el próximo. Besotes enormes

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    1. ¡Hola Vivi! Gracias por tu comentario. ten paciencia todo llegará y esperaré ansiosa que sea de tu agrado. Un beso grande para ti.

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  3. Uy genial y fogosa la primera parte. Adoro a Sebastien . Me encantó el comportamiento de Lenya ojala pueda volver con Liz te mando un beso

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    1. ¡Hola Judit! Fue una escena que ambos esperaban ya que hubo varios contratiempos pero por suerte se reconciliaron y a lo grande. Ojalá pueda Lenya volver con Liz... Ojalá. Un besazo enorme amiga y gracias.

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  4. Hola, Lou... Me ha parecido precioso que Sebastien quisiera llegar a la cita con Bianca vestido igual que el día que la conoció
    Creo que estaba tan nervioso que no podía encontrar la camisa negra ;-)
    Pero, bueno, ha llegado Bianca... y la pasión se ha desatado ;-)
    Y ahora tengo que decirte una frase de Lenya que me ha encantado... "Vivir sin ella era morir un poco cada día"... una frase preciosa y creo que muy cierta
    A mí me ha dado un poco de pena la madre de Liz y Marin... entiendo que el hecho de que abandonara a sus hijas no estuvo bien... pero, no sé, me ha dado pena
    Es un placer y un lujo leer tus capítulos... muchas gracias
    Besos

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    1. ¡Hola Mela! Muchas gracias por tus halagos, cielo. Y la frase también me ha gustado porque encierra un poco lo que siente la persona que vive lejos de su amado o amada. La madre de Liz se ha equivocado pero supongo que no será una mala mujer. El perdón estará en manos de sus hijas. Veremos que ocurrió también, su campana aún no la hemos escuchado.
      Un beso gigante mi sol y gracias por leerme y comentar.

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    2. ¡Hola Mela! Muchas gracias por tus halagos, cielo. Y la frase también me ha gustado porque encierra un poco lo que siente la persona que vive lejos de su amado o amada. La madre de Liz se ha equivocado pero supongo que no será una mala mujer. El perdón estará en manos de sus hijas. Veremos que ocurrió también, su campana aún no la hemos escuchado.
      Un beso gigante mi sol y gracias por leerme y comentar.

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  5. Hola Lourdes, qué capítulo tan bueno, tan romántico y apasionado, adoro a esa pareja ♥ Y Lenya y Liz me llevan por la calle de la amargura, como dicen, pero siempre están esos toques que te recuerdan que serían maravillosos juntos y solo queda esperar que eso ocurra ;) Mil gracias por compartir tu historia con nosotros.

    Un besazo.

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    1. ¡Hola Claudia! ¡Gracias cariño! Que bien te haya gustado la escena de Bianca y Sebastien. Sé que debes extrañar a Bernardo y prometo regalarte noticias de él. Lis y Lenya... Ay si pudiera adelantar algo para que no te amargues... pero tendrás que esperar un poquito amiga, no te defraudaré . Un besote grande y muchas gracias por comentar.

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